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La estridencia del final de temporada en la NFL

Confieso ser un mal fan. Lo digo así, con plena consciencia. Nunca he tenido esa capacidad de enganche indiscriminado. El fanatismo y el fervor tienen muchos puntos de encuentro, pero más allá de la inclinación natural a evangelizar a aquellos aún no convertidos, hay una capacidad de conexión incuestionada que admito no poseer. No quisiera ser malinterpretado, me encanta el football, pero soy incapaz de conectar por igual con todos los encuentros. Yo vivo en los extremos. Así me conecto con otras actividades también. Es mi naturaleza. Disfruto con pasión extrema las batallas que están en la línea. Este sábado reciente salté cuando Taylor Decker atrapó el balón para la conversión. Claro, estaba jugando un hail mary en mi quiniela y lo sentí tan cerca. Todos habían apostado por la imbatibilidad en casa de los Cowboys. Estuve a nada. Esos sazonadores son fantásticos para incrementar la fuerza de conexión. Por algo el Fantasy ha alcanzado una comunidad tan grande (que también llega a extremos de fanatismo de los que, de nuevo, me declaro incapaz). Y sé que es una situación de múltiples lecturas. Empezando por la polémica arbitral, siguiendo con la delgada línea que requiere el engaño para poder ejecutar alguna jugada sorpresa, hasta un posible ajuste al reglamento en caso de querer dar más posibilidades de tener acciones similares en el campo. Podríamos incluso entrar en la filosofía del jugársela en cuarta o ir por conversiones para ganar partidos de los que podrías haber asegurado tiempos extra. Por esta semana solo me quedo con el salto que pegué, aunque después me haya sido arrebatado.

Así lo vivo. Pero cuando el partido se ha decantado por completo hacia un lado, especialmente si sucede muy rápidamente, pierdo el punto de atención. El interés se me escapa. Digo esto porque hemos llegado al final de temporada y la frecuencia de los partidos electrizantes aumenta exponencialmente. También quiero precisar que entiendo la importancia del equilibrio. Entiendo el valor apreciativo de la escasez. La melodía no existe sin el silencio. No aguantaríamos la absoluta estridencia. Es justo ese atributo exiguo el que hace que muchos juegos puedan permanecer en nuestra memoria. De la misma forma comprendo la construcción narrativa de los momentos de clímax. Los giros de tuerca y los cliffhangers se tejen delicadamente. Resulta burda una peli llena de escenas A. Es el entrelazamiento y la dosificación de las escenas A y B lo que crea la magia. Claro, conectarse con la postemporada y ver partidos espectaculares puede atrapar a más de uno. Pero le falta la magia del contexto y de la historia que hay detrás, incluyendo lo que sucede desde el colegial. Tienen un lugar en el universo. No se aprecia igual el duelo entre Texans y Colts por uno de los últimos boletos a playoffs sin entender a dónde llegó CJ Stroud, elegido en 2da posición en el draft anterior, valorando a la vez lo hecho por los Colts que perdieron a Anthony Richardson y han extendido la Minshewmania tanto como les ha sido posible. Unos guiados por DeMeco Ryans que venía de construir una temible defensiva 49er y otros por Shane Steichen, artífice del ataque Eagle que llegó al Super Bowl. Y así podríamos seguir pintando fractales casi hasta el infinito.

Aún así, los años abren en explosión pura. Escribo esto antes de sintonizar los playoffs del College. Empezar por un Rose Bowl en donde Wolverines y Crimson Tide se miden por un pase a la final. Después el Sugar Bowl. Y así seguimos por espacio de poco más de un mes en el que veremos repartirse los últimos boletos a playoffs y tendremos ronda de comodínes, divisionales, finales de conferencia y el Super Bowl. Éxtasis. Inmediatamente después hay que soltar y entrar en la época de la cigarra. Permitir el espacio al silencio y estar atentos a lo que suceda en el NFL Draft (con altísimo interés para algunas franquicias) y acaso alguno que otro movimiento en el roster. El modelo es perfecto, una liga que hiberna la mitad del año y que después se abre en flor para ir soltando destellos hasta acabar en pirotecnia pura. Pero la pirotecnia también es insostenible en el tiempo. Llega al punto máximo y se detiene por completo dejándonos con hambre de más. El mismo fenómeno que sucede en un concierto en el que se va construyendo esa marea colectiva que rompe con el último hit y después la ola tiene que volver al mar sin saber qué hacer con toda esa energía acumulada. Aprovechemos y rompamos. Atesoremos cada destello en el agua. Ya habrá tiempo para hibernar.