Cuando se trata de cocteles pop, inmediatamente pienso en “Dancing in the dark”, de Bruce Sprinsgteen, donde convergieron Brian de Palma como director y la primera Courteney Cox como groupie. O en Bjork con “It’s Oh So Quiet”, un video musical rodado en Nueva York y dirigido por Spike Jonze, a quien le debemos al Joaquin Phoenix de Her y, muy probablamente, la puesta en escena de Lost in Translation, una especie de carta de ruptura propuesta por su ex pareja, la inimitable Sofia Coppola.
Si pensamos en un jugador lo suficientemente pop en términos históricos, que haya coincido en tiempo y espacio con otros héroes mitológicos, protagonizado varios episodios decisivos en la cultura de futbol americano y que sirva como línea narrativa para abordar una etapa crucial en el juego, seguramente nadie tenga más argumentos que Charles Woodson.
Partamos del hecho de que Woodson, oriundo de Fremont, Ohio, quien durante el high school se erigió como el prospecto de corredor más electrizante de todo el estado, eligió como destino el programa universitario de Michigan por encima del de Ohio State. No hace falta decir que Michigan y Ohio son enemigos irreconciliables desde la primera mitad del siglo XIX, cuando se disputaron una franja de terreno de lo que hoy es Ohio, en lo que la historia conoció como La guerra de Toledo. Así que la decisión de Woodson fue todo menos conciliadora. Mucho tiempo después, cuando Rich Eisen cuestionó los motivos de su decisión, el mítico back defensivo argumentó que su hermano era fanático de los Wolverines.
Su historia en Michigan comenzó de la manera más inesperada: siendo idealizado como cornerback, regresador de patadas y, más tarde, como receptor emergente por Lloyd Carr. Después de dos temporadas sólidas, en las que compiló reconocimientos como el novato del año en la conferencia Big Ten y el Jugador Defensivo del Año, protagonizó una de las historias más emocionantes en el futbol americano colegial. En 1997, durante su temporada junior, guió a los Wolverines a conquistar el título nacional y de paso se convirtió en el primer y único defensivo de tiempo completo en la historia de la NCAA en ganar el trofeo Heisman. Se lo arrebató a Peyton Manning, Ryan Leaf y Randy Moss. Nada más. A la fecha, ninguna otra ceremonia ha alcanzado esas cuotas de pirotecnia.
En 2001, ya consolidado como una de las caras de la franquicia de los Raiders en la NFL, estuvo inmiscuido directamente en uno de los capítulos más influyentes en términos deportivos, históricos y culturales en la NFL contemporánea: el origen de la tuck rule. El hombre encargado de derribar a Tom Brady —su otrora compañero de dormitorio en la universidad de Michigan— y provocar el fumble que devino en pase incompleto fue, precisamente, Charles Woodson. En una secuencia impagable del documental The Tuck Rule: The Call That Changed It All, estrenado a principios de este año y enmarcado en la serie “30 For 30” de ESPN, Brady y Woodson bromean al respecto tras recrear la escena en la sala de una casa. “Te escuché admitir que estabas tratando de regresar el balón hacia tu cuerpo. Lo que significa que fue un fumble”, zanja Woodson. Esa noche nevada en Foxborough nació la leyenda de Tom Brady y la dinastía de los Patriots.
Un año después perdió un Super Bowl contra los Buccaneers, que entonces eran dirigidos por John Gruden, el entrenador que lo drafteó en 1998 con la cuarta posición global y quien, a ojos de todo el mundo, conocía hasta el más recóndito secreto del playbook de su antiguo coordinador Bill Callahan. Luego, tras una decepcionante temporada de 2005, en la que apenas jugó seis partidos del calendario regular, se marchó a los Packers para ser testigo del crepúsculo de Brett Favre y la aurora de Aaron Rodgers, en uno de los cambios de estafeta más icónicos del juego.
Fue con este último que, finalmente, consiguió ganar un Super Bowl en 2010, teniendo que ver toda la segunda mitad desde las laterales por una lesión en la clavícula. Aún así, su sola presencia mantuvo unida a la defensiva comandada por Dom Capers para imponerse a Ben Roethlisberger y los Steelers. No hace falta decir que las imágenes de Woodson cargando el Lombardi con un solo brazo fueron absolutamente conmovedoras.
Aún hay más, para 2012, con 35 años, hizo la transición definitiva a safety. No fue un movimiento que le entusiasmara en demasía, puesto que venía de liderar la NFL con siete pases interceptados. “Puedo seguir jugando como cornerback”, esgrimió. La decisión de Capers fue irreversible, motivada por el olfato de su asistente Darren Perry, quien había sido testigo de primera mano de la transformación de Rod Woodson en Pittsburgh, cuando firmó una temporada All-Pro con 37 años como safety, después de haberse consolidado como uno de los mejores esquineros de la década de los noventa.
Las lesiones lastraron su desarrollo como strong safety y al año siguiente desembarcó de vuelta en Oakland, el lugar que lo vio nacer como estrella NFL. Buena parte de sus tres temporadas finales con los Raiders las destinó como free safety, haciéndose merecedor a una nominación para el segundo equipo All-Pro y el Pro Bowl de 2015. Incluso se dio tiempo de conquistar una de las pocas glorias que se le habían resistido: interceptar a Peyton Manning.
A su retiro, su nombre fue inmortalizado en los salones de la fama colegial y profesional, en Atlanta y Canton respectivamente. Pasó por la mesa de ESPN Sunday Countdown como recambio de Keshawn Johnson y a día de hoy podemos disfrutarlo en Fox como analista, especialmente en los juegos de los Wolverines.
Si se lo estaban preguntando, actualmente vive bajo la imperturbabilidad de una ciudad como Orlando, la capital de los parques temáticos en Florida, lo suficientemente lejos de los límites de Michigan y Ohio.