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El sueño del mexicano con la bandera

El primer día que vi en una pequeñita televisión en blanco y negro un juego de football simplemente me enamoré. Recuerdo perfectamente que los Cowboys jugaban contra los Browns y, aunque no entendía mucho de lo que pasaba a mis 5 años, esos cascos y esa estrella definitivamente llamaron mi atención. Ese día yo me dije a mí mismo que quería jugar en esa liga, con los Cowboys. Me parece que no debí de haberlo dicho porque la gente lo único que hacía era reírse de mí. Lo peor es que yo lo seguía gritando por el mundo. A todos les decía: Hey, sabes que ya he decidido que voy a ser cuando sea grande: voy a ser jugador de americano en los Cowboys. A mucha gente le causaba risa, a otros les causaba irritación. Me gritaban: tú estás loco, ese deporte no es para mexicanos. Yo siempre ingenuamente preguntaba: ¿Por qué no es un deporte para mexicanos? Simple: nunca en la historia había existido un jugador mexicano, no pateador, que compita profesionalmente.

Cuando tenía 6 años le rogué a mi mamá que me inscribiera en un equipo para tener mi propio casco, pero dijo que estaba muy lejos el campo y no teníamos dinero para ir y venir cada día. Le dije que no se preocupara por eso, que yo podía caminar el tiempo necesario para llegar al campo y así no gastaríamos dinero. Un día la convencí y me llevó al campo. Era sábado, yo tenía 6 años, y aún recuerdo ese olor a pasto mojado de ese día. No podía creer como se veía el campo de americano. Después de ir muchos meses a entrenar me dieron mi equipo de football: un casco y unas hombreras que llevaba conmigo todo el tiempo. No sé por qué me gustaba tanto ir a entrenar, quizá era porque me ponía muy feliz cuando estaba en el campo, como si todos mis problemas de casa se desvanecieran, y hasta el hambre se me quitaba. Cuando tenía 11 años fui a la entrega de jerseys un día antes del primer partido. El coach me vio con una mirada única y no me dio nada. Ese día lloré mucho, mucho. Estaba frustrado y empecé a gritar con todas mis fuerzas que un día llegaría a jugar con los Cowboys. Todos hicieron un silencio de funeral y se me quedaron viendo. Creo que ese día se dieron cuenta que realmente no estaba bromeando.

Once años después de esa entrega de jerseys que me marcó toda la vida, me dediqué a entrenar cada día, a sudar sangre y morirme en la línea cada minuto. No iba a tirar a la basura mi sueño. Estaba dispuesto a demostrarme a mí y a todas las personas que no hay imposibles, que luchando cada minuto de cada día por una noble causa se puede lograr lo imposible. Estaba dispuesto a conquistar el football, a llegar tan lejos como mi sueños se lo habían imaginado. Cada noche miraba al techo desde mi cama y me soñaba corriendo en el campo con una bandera en mis manos, representando a todos los mexicanos y demostrándoles a esos que no creyeron en mí que las cosas sí se pueden lograr. En mi sueño me veía saliendo por un túnel con el uniforme de los Cowboys y la bandera, mientras mi equipo me esperaba en el centro. Esa imagen en mi cabeza fue mi motor cuando ya no podía más y tenía que entrenar. O en esas madrugadas que me salía a correr a la pirámide de Cholula a subir escaleras cuando estaba en la UDLA. Nada era más motivante que soñar jugar en la NFL, aunque sea un partido. Una vez, un momento, estar ahí con ellos, con esas estrellas que veía en la televisión y que eran gigantes. Al final creo que los sueños se cumplen si ponemos el corazón en ello.

Esto es lo que mi mente soñaba cada día desde los 6 años. Esta imagen la vi en mi cabeza millones y millones de veces; estaba a dispuesto a morir porque esa imagen cobrara vida. A pesar de todo lo que tenía en contra, estaba dispuesto a lograrlo. Creo firmemente que el éxito es la distancia recorrida entre el punto de partida y el punto final. Nadie puede juzgar tu éxito, solamente tú sabes lo que tuviste que pasar y los esfuerzos para legar a una cima, a la que sea. Solo tú puedes saber lo que valen tus logros y los obstáculos que saltaste, nadie más puede juzgarte cuando eras tu quien entrenaba con el estómago vacío y caminabas cada día para llegar a tu entrenamiento.

Este era mi sueño desde que tenía 6 años: estar en un estadio lleno de aficionados y salir por un túnel cargando la bandera de México, con un equipo de NFL esperándome en el centro del campo. Solo por un instante, quizá 15 segundos, conquisté el juego de los americanos. La imagen de un mexicano corriendo con la bandera de su país en el estadio Azteca, con 100 mil mexicanos y El equipo de America esperándome, es algo que valió cada maldito minuto de mi vida, de mi entrenamiento y de las cosas que tuve que pasar. Quizá en tiempo fue una conquista de 15 segundos; para mí, fue una conquista de vida que abrió el camino y la puerta para que otros levanten esa misma bandera.