Centro del estado de Maryland, donde el río Patapsco desemboca en la bahía de Chesapeake. Guerra anglo-estadounidense. En la noche del 13 de septiembre de 1814, tras la quema de Washington, los británicos atacaron la cercana Baltimore. Los americanos defendieron brillantemente y con éxito el puerto de la ciudad. Durante aquellos trágicos momentos, un abogado nacido en Maryland, Francis Scott Key, se encontraba a bordo de un barco británico para negociar la liberación de un prisionero norteamericano. Key presenció al bombardeo de esta nave. Se salvó. Inspirado por los heroicos sucesos, escribió un poema. En 1931, aquella obra titulada “Star-Spangled Banner" se convertirá en el himno nacional de los Estados Unidos.
Dos años después, unos doscientos kilómetros al oeste de aquel sitio tan lleno de simbolismo nació un bebé. Descendiente de una tierra lejana conocida principalmente por el baloncesto. Su infancia transcurrió en Mount Washington, un barrio de Pittsburgh que se desarrolló por el crecimiento de la industria del carbón. Sus padres se habían conocido en los Estados Unidos, pero tenían en común orígenes de Lituania. Él, Francis Jonaitis, americanizado en “Unitas”. Ella, Helena Superfisky.
La vida de Johnny y de su mamá cambió cuando él tenía 5 años. Francis falleció y Helena tuvo que acudir a su carácter de hierro para sacar adelante la familia. Observar lo que hizo su madre, forjó el carácter del niño. Se convertirá en una persona capaz de venirse arriba en las adversidades. En el deporte y en la vida. Como hacen los grandes.
En la secundaria jugó como mariscal de campo y running back. Esto le permitió acostumbrarse a recibir golpes sin miedo. También a establecer aquella conexión tan fundamental entre quarterback y corredor. Soñaba con los Fighting Irish de Notre Dame, Indiana. ¿Por qué? Durante su adolescencia los ‘Luchadores Irlandeses’ habían cosechado cuatro títulos nacionales. Se presentó a una prueba pero se topó con el veredicto inapelable del entrenador Frank Leahy. “Demasiado flaco, me lo van a matar", sentenció. Ningún problema. En Louisville, su talento no tardó en asomar. En su segunda y tercera campaña jugó también como safety, cornerback y retornador. La universidad había recortado fondos. No podía permitirse tantos jugadores.
Fue elegido en la novena ronda por los Steelers. Pero a Pittsburgh, que entonces navegaba en la mediocridad, le sobraba un QB. Cortado. Encontró trabajo en una empresa de construcciones. Durante los week-ends, jugaba en un equipo local semi-profesional. Los Bloomfield Rams le pagaban 6$ por partido. El año siguiente fue contactado por los Colts para una prueba. Allí estaba el gran Week Eubank, que poco después se convertirá en leyenda. Llamaron también a Jim Deglau, su compañero en los Rams, un trabajador del acero croata con una vida muy parecida a la suya. Pidieron prestado a unos amigos el dinero para la gasolina y condujeron hasta Baltimore.
Nunca volvió. 1957, el titular Shaw se lesionó. Arrancó fatal, pero en la siguientes semanas, cambió de marcha. Era un mariscal moderno, espectacular. No tenía miedo de jugar mucho por aire -algo que entonces no se solía ver con frecuencia-. Su apodo, Golden Arm, lo dice todo. El año siguiente ganó el MVP. Había nacido una estrella. Tenía aquella una historia de superación que tanto gusta a los americanos. Jugaba en un equipo que nunca había triunfado en la NFL y en una ciudad que nunca había ganado un anillo si excluimos a los Bullets -hoy desaparecidos- antes de que la NBA se llamara así. En Baltimore acababan de llegar los Orioles de béisbol, tras nacer en Milwaukee y pasar más de medio siglo en Saint Louis. Su época dorada empezará poco después.
1958. Baltimore ya estaba en la final. Los Giants tenían que superar a los Cleveland Browns. Los de Nueva York cancelaron a Jim Brown, uno de los mejores corredores de todos los tiempos. New York contra Baltimore. El centro del mundo contra un sitio que quería volver a meterse en el mapa. La mañana del Championships -último domingo del año-, Sam Huff, linebacker de los neoyorquinos, se cruzó con los jugadores de los Colts en el hotel de concentración. Los Colts, estaban desayunando. Se miraron discretamente y sin intercambiar palabras tuvieron el mismo pensamiento. “Esta tarde los destruiremos”.
Pocas horas después, Unitas salió al terreno oliendo aquella hierba que en veranos pasados había enmarcado las proezas de Babe Ruth y Joe DiMaggio. Era el césped del Yankee Stadium, donde ahora brillaba la estrella de Mickey Mantle. El mejor escenario para convertirte en un superhéroe. Se inspiró.
Dura batalla. Se llegó a la prórroga, por primera vez en la historia. Los Giants ganaron el sorteo pero su ataque no brilló. Tres y fuera. El último intento fracasó tras una decisión discutida por una cuestión de pulgadas. Los Giants tuvieron que patear. Los Colts recibieron la pelota. Johnny Unitas aprovechó el momento de su vida y triunfó.
Aproximadamente 45 millones de personas vieron el partido por televisión en los EEUU. Hubieran sido más si no hubiera existido la restricción de la retransmisión por el área de Nueva York.
¿Por qué The Greatest Game Ever Played? Lo tuvo todo. Escenario perfecto, Yankee Stadium. Ciudad icónica, Nueva York. Un equipo que ya había triunfado contra otro que representaba a una pequeña urbe en búsqueda de reivindicaciones. Un duelo igualado, intenso y emocionante, con cambios de liderazgo. Un quarterback que tomó las riendas en el momento crucial y se convirtió en ídolo de una ciudad, realizando el sueño americano. El número de protagonistas que acabarán en el Salón de la Fama, 15. Entre ellos Tom Landry y Vince Lombardi, entonces coordinadores de ataque y defensa de los Giants, luego maestros en Dallas y Green Bay. Aquella tarde nació la NFL moderna.
Unitas siguió su misión. Ganó el campeonato del año siguiente. Esta vez en Baltimore y nuevamente contra los Giants. Delirio. Concluirá su trayectoria con un total de 3 MVP, tres títulos NFL y una Super Bowl. Se enfadó por el declive de los Colts que se trasladarán a Indianápolis. Fue uno de los que más luchó para que el football volviera a la ciudad. En 1996 nacieron los Ravens. Antes de fallecer en 2002, saboreó el triunfo de sus Ravens en la Super Bowl XXXV. Por increíble que parezca, sí, otra vez contra los Giants.
Su estatua gobierna hoy la plaza que se abre ante el MTA Stadium, nuevo hogar de los Cuervos. Más allá, el espléndido Oriole Park de béisbol. Muy cerca del puerto. Que hoy ha vuelto a cambiar de cara. Pueden comer excelentes platos platos de pescados aliñados con la Old Bay Seasoning, serie de especias que no faltan en ninguna mesa de Maryland. La pueden comprar en el mítico Lexington Market y llevarla a vuestros hogares.
Por el empujón de Unitas, Baltimore ha vuelto a ser un place to be.