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Jim Harbaugh: La brújula apunta hacia lo que más deseas

En el siglo XVII, Thomas Tew, famoso corsario inglés, inauguró la ronda del pirata. Su navío zarpó al sur de África y tuvo como destino las Indias Orientales. Su avaricia lo llevó a asaltar el Gran Mogol, el buque de un soberano indio donde yacía el paraíso para cualquier pirata. “El Dorado” le decían. Joyas, telas, especias, y piedras preciosas recompensaron el afán de Tew.

Un 14 de diciembre de 2023, Las Vegas Raiders vapuleaba -y establecía el récord de la franquicia- a Los Ángeles Chargers por 63-21. Leerlo tras este arranque de liga suena utópico, pero nada más dista de la que por aquel entonces era la realidad. 42 puntos de diferencia ante un rival divisional que marcaba cuál era el rumbo de los argelinos: la deriva.

La travesía originó un cambio de rumbo. Un nuevo capitán al frente del barco. Sombrero negro al agua. Gorra azul a la testa. Fuera el parche en el ojo. Mejor verlo todo con unas buenas gafas. La calma nunca llega por sí sola. Siempre hay que ir a buscarla. Con las aguas tranquilas y como buen navegante, lo primero que instauró en su buque fue la fe. Esa que te lleva a superar las dificultades y alcanzar los objetivos cuando más pensabas que no podías hacerlo.

Nacido en la Ciudad de Cristal -Toledo, Ohio- y consagrado en Ann Arbor con sus Wolverines, Jim Harbaugh ha llegado al SoFi Stadium para enorgullecer a cualquier aficionado de los Chargers, ya sea de Los Ángeles o del mítico San Diego.

El fútbol americano fue una constante en la vida de Harbaugh desde sus primeros pasos. Su padre, Jack -también entrenador-, lo introdujo en el mundo de estrategias, sacrificio y trabajo duro: nunca hubo otro lema en esa casa. La familia Harbaugh se aficionó a una vida nómada, mudándose constantemente de estado en estado: Ohio, Kentucky, Iowa, Míchigan, y finalmente, California. A lo largo de estos viajes, el joven Jim fue absorbiendo el conocimiento del juego en cada parada. Como la NFL misma, cada down de su vida fue una nueva oportunidad para crear algo grande.

Después de graduarse en Palo Alto High School en 1982, regresó a Ann Arbor para formar parte de la Universidad de Míchigan, donde dejó una huella imborrable como quarterback. Harbaugh destacó como un líder natural. En su último año como sénior, condujo a Míchigan al Rose Bowl de 1987, donde quedó a las puertas del Heisman Trophy. Tras 14 temporadas en la NFL, colgó el casco para centrarse plenamente en su gran vocación: ser entrenador.

Tras un breve periplo en Stanford, la élite del fútbol se presentó ante sus lentes. En 2011, el oro fundido de la Bahía de San Francisco pedía a gritos convertirse en lingotes. Y así fue. Harbaugh regresó a la NFL como entrenador en jefe de los San Francisco 49ers. Transformó a la franquicia y la llevó al Gran Baile, ese que nunca se olvida. Y más cuando es tu hermano quien está en el banquillo rival. En 2013, y por primera vez en la historia de la NFL, Harbaugh se enfrentó a su hermano John en la Super Bowl XLVII, un partido que será recordado tanto por su intensidad como por el hecho de ser un duelo entre hermanos.

Su anhelo por volver a donde fue feliz le hizo atracar en Míchigan una vez más. Tiempo atrás fue un tripulante más de los Wolverines. Ahora regresaba al mando del timón para convertirlo en un transeúnte. Dicho y hecho. Más allá del éxito y el renombre que obtuvo en la etapa del College, lo que cautivó fue su manera de lograr las victorias. Como todo en la vida, no es lo que consigues, sino cómo lo consigues.

Para volver a zarpar bastaba con mirar la brújula, esa que como recitaba Jack Sparrow, “apunta hacia lo que más deseas”. La rosa de los vientos de Jim Harbaugh solo tenía como destino los Chargers. Una vez más. Tocaba atracar en casa. Y, una vez más, la misión era convertirlo en otro transeúnte. La franquicia llevaba muchísimo tiempo sin aprovechar el talento de Justin Herbert. El cañón que tiene por brazo hizo pensar que sería su mejor arma. Lo único que hacían era malgastar munición.

Harbaugh comprendió que había que darle valor a los que se dejan la piel en las trincheras, a aquellos que corren el frente con su espada en alto y cómo no, a esos valientes que se quedan defiendo la nave ante cualquier asedio. Todos trabajan porque todos reman a la par. De momento, sus partidos se cuentan por victorias.

Bajo la tormenta, estos Chargers disfrutan siendo parte de ella, esa que les llevará a lograr El Dorado.
Tal como hizo Thomas Tew.