El otro día pensaba que, ante el sesgo tan evidente con el que algunos medios hegemónicos han abordado la cobertura de conflictos internacionales, las generaciones venideras estaban condenadas a heredar verdades parciales y, en muchos casos, mentiras clamorosas.
Tras la desastrosas exhibiciones de Patrick Mahomes y Brock Purdy el fin de semana pasado, dicha reflexión la trasladé al terreno de la NFL. De entrada, me parece gravísimo que todavía exista gente que se asuma como el portavoz oficial de una generación. Dicho esto, el gran drama contemporáneo, a mis ojos, deviene a partir de la cantidad de juicios de valor que se promueven para paliar una clara incapacidad de contar mejores historias y obtener hallazgos más convincentes sobre lo que sucede día a día en la liga. Una liga particularmente impredecible y que castiga tiránicamente la sobrerreación y el análisis superficial.
A mí me asusta pensar que alguien que dentro de 40 años quiera asomarse a entender la magnitud del fenómeno Patrick Mahomes, tenga a la mano documentos y testimonios tan sesgados para formarse una opinión. No fueron pocos los comunicadores que le saltaron a la yugular a Mahomes tras su bochornosa actuación ante los Raiders, como si llevaran años esperando a que colapsara de esa forma tan pirotécnica para imponer, a fin de cuentas, su narrativa. Si alguien recupera la colección de voces que sucedieron al partido de los Chiefs ante los Raiders, podría deducir que Mahomes no ha sido más que un tipo arrogante, con suerte, más o menos dotado físicamente e indudablemente bendecido por el playcalling de Andy Reid y, hasta hace una temporada, de Eric Bieniemy. Esta corriente se jacta, supuestamente, de combatir heroicamente el otro extremo de la hipérbole: la idea de que Mahomes es lo mejor que le ha pasado a la NFL y que, con apenas siete años en el negocio, ya es sujeto a ser considerado el mejor de todos los tiempos por lanzar por debajo del brazo.
Luego, con Purdy ocurrió algo más o menos similar. Ser víctima de la defensiva de los Ravens, la mejor de la NFL, fue suficientemente para que volvieran a poner en duda su talento como operador principal de la ofensiva de los 49ers. Existe mucha gente que defiende que incluso el quarterback de la prisión estatal de Dakota del Sur podría ser capaz de parecer una estrella bajo el sistema de Kyle Shanahan. Cansado de los debates de cantina que tenían lugar en Twitter (X), me refugié en una analogía que soltaron Joe Buck y Troy Aikman durante la transmisión en inglés: No hay nada de malo en el hecho de pensar en Purdy como un base armador de la NBA. Su misión se limita a poner el balón en las manos de sus skill players. Y eso era todo lo que en ese momento necesitaba escuchar. No está de más reafirmar que los jugadores son lo que son para el sistema y no para satisfacer las falsas expectativas que se crean en torno a ellos. Y que todos los mitos intocables de la liga, como por ejemplo Joe Montana, emergieron de un contexto particular, bajo las riendas de un sistema innovador, un entrenador de vanguardia y un roster sin fisuras.
Volviendo al argumento de origen, creo fervientemente que aquellos que tengamos el privilegio de poseer un altavoz, con más o menos alcance, debemos ser conscientes de que formamos parte de un ecosistema y lo que escribimos, decimos y pensamos impacta de alguna manera en el recorrido histórico de la conversación NFL. Si insistimos en anteponer nuestros filias y fobias, seremos responsables de perpetuar relatos distorsionados que luego, inevitablemente, serán incorporados a los registros de la historia oficial. Y una vez ahí, no hay marcha atrás.