Sao Paulo, la nueva sede elegida por la NFL para disputar un partido de temporada regular en el recién inaugurado viernes por la noche, no solo ha rivalizado con la Ciudad de México por consolidarse como la ciudad más poblada de América Latina —presume 22 millones de habitantes en toda su área metropolitana—, sino como el centro cultural, social y financiero más importante. Eso explica, por ejemplo, que varias de las empresas globales líderes en sus respectivas industrias hayan establecido oficinas corporativas y que la ciudad cuente con cuatro aeropuertos —dos menos que Londres, el epítome de la metrópoli conectada—.
Desde las populares expresiones de arte urbano en Beco do Batman, dentro del bohemio barrio de Vila Madalena; las kilométricas caminatas que exige la avenida Paulista, el pulmón comercial de la ciudad; los paseos matinales por el Parque do Ibirapuera, el Central Park paulista; hasta las inmersiones en los barrios de Pinheiros, conocido por sus cafeterías y galerías de arte vanguardistas, y el de Tatuapé, donde se erige la sede social y polideportiva del Corinthians y, paradójicamente, bastión bolsonarista, hablamos de una macrociudad en toda la regla. Y, encima, multicultural, un atributo muy gastado que no siempre representa fielmente la realidad. En este caso no se puede explicar Sao Paulo, ciudad predominante blanca, sin dos grandes inmigraciones: la de los italianos y los japoneses. Si bien su presencia es constante a través de todo el territorio, en el caso de la italiana, cuyo apogeo se dio entre los años de 1870 y 1920, se localiza en los barrios de el Brás, la Mooca, el Belém y el Bixiga; mientras que los japoneses, la mayor concentración nipona fuera de Japón en el mundo (2 millones de descendientes), hicieron del barrio oriental su punto más emblemático.
Dicho esto, Sao Paulo es particularmente conocida en el mundo por ser sede de cuatro de los equipos de futbol, el deporte nacional en Brasil, más importantes de todo el continente americano: el Sao Paulo, el equipo de las clase media-alta deprimida; Corinthians, el equipo de las clases populares; Palmeiras, el emblema de la inmigración italiana, y Santos, el representante del litoral, mundialmente mitificado por la impronta de Pelé. Que una ciudad aglutine tal cantidad de masa social vinculada a equipos deportivos con distintos rasgos de identidad le otorga un gran prestigio como capital deportiva.
Es por eso que la NFL, en su ambicioso proyecto de expansión global, ha puesto los ojos en Sao Paulo por encima de otras capitales latinoamericanas como Buenos Aires o Santiago. Pese a que históricamente se ha tratado de una ciudad consagrada al futbol, la liga ha tenido el acierto de detectar la gran fiebre desatada a últimas fechas en la ciudad por organizaciones estadounidenses como la NFL, NBA y UFC.
Según Jeffrey Lurie, el propietario de los Philadelphia Eagles, equipo que se enfrentará a los Green Bay Packers en el partido pactado para el viernes 6 de septiembre en la Arena Corinthians, la NFL tiene más de 38 millones de aficionados en Brasil —un país de 215 millones de habitantes—, constituyendo la segunda mayor concentración de fanáticos fuera de Estados Unidos después de México. Pensando en ello, sería un error abordarlo como un simple mercado emergente.
Visto lo anterior, parece inminente que el evento resulte todo un éxito y que Brasil, de a poco, amenace la hegemonía de México —ocupado con la coorganización del mundial de futbol de 2026— como el mercado latinoamericano más importante para la NFL. El idilio entre la ciudad paulista y la liga que mejores historias cuenta en todo el mapa es impostergable.