Al coach más ganador de la última década le cuesta una barbaridad sonreír. Si acaso, Andy Reid alza perezoso su bigote dorado, abulta sus mejillas redondas y entreabre los labios para exhalar su alegría con discreción. No festeja mucho más, aunque lo que tenga en sus manos sea el trofeo Vince Lombardi bajo una lluvia de papelitos rojos.
Nacido en 1958, en el Baby boom de la posguerra, a Andy el destino se le complicó desde la adolescencia. Por la sencillez de la vida de una familia de clase media californiana que lo obligo a trabajar todavía siendo menor de edad –fue vendedor en el Dodger Stadium- pero sobre todo por su tamaño. Su cuerpo, que lo volvía "el diferente". A sus 13 años, cuando los amigos de su barrio angelino, Los Feliz, iniciaban el estirón de la pubertad, él ya era un hombrón con sobrepeso que acechaba el 1.91 metros de altura.
Un suceso disponible en YouTube dibuja lo que eso pudo significar. Durante un partido entre los Washington Redskins y Los Angeles Rams -del que era aficionado- se realizó una competencia para niños llamada "Punt, Pass, Kick". Aquel Monday Night Football del 13 de diciembre de 1971, los otros cinco competidores de su edad se pusieron sin dificultades la indumentaria infantil de futbol dispuesta para ellos en los vestidores del Coliseo de Los Angeles. A Andy, por supuesto, nada le quedó. Fue necesario que Lester Josephson, un corredor de 29 años -16 más que Andy- de los Carneros que jugaba aquel día, le prestara su uniforme. La cadena nacional para un país con 210 millones de habitantes sorprendió cuando las cámaras enfocaron al "niño gigante".
Autosuficiente, siempre digno, por esa época Andy aceptó ganarse unos pesos como aguador del equipo de futbol americano de la John Marshall High School. La institución estaba frente a su casa, sostenida austeramente por su padre, Walter, un empleado de utilería de Hollywood, y Elizabeth, técnica radióloga.
Un día, minutos antes de que iniciara el entrenamiento con jugadores que andaban entre 17 y 18 años, Mike Haynes, integrante de aquel equipo (luego esquinero de Patriotas) vio a un chavo que creyó jugador: rondaba el césped sin protección. "¿Por qué no te has uniformado?", le preguntó. "Porque tengo 12 años", le respondió Andy, que cuando se acercaba el tiempo de elegir una carrera universitaria pensó en Literatura. Era paciente, concentrado, analítico, creativo.
Todo eso le ayudó a pensar con estructura y estrategia, y a forjarse una carrera, ya no en el mundo las letras de un país con figuras monumentales como Mark Twain, Arthur Miller o Toni Morrison, sino como asistente en los Cougars de Brigham Young University.
Su capacidad lo hizo crecer. Con 10 años de formación colegial, fue contratado en 1992 por los Green Bay Packers como asistente ofensivo y luego entrenador de quarterbacks. Y su paso resultó positivo: fue parte del equipo que conquistó el Super Bowl XXXI. Y llegó 1999, su año catapulta: los Philadelphia Eagles lo firmaron como coach. ¿Le fue mal? No, ganó muchísimo. De 224 partidos, triunfó en 130: el 58%. Pero cuando debía ganar porque no había mañana, perdió siempre. De 14 temporadas, llegó a Playoffs en 9. Y en esa fase nunca dejó de caer, incluido el Super Bowl XXXIX: con un pésimo manejo del reloj al cierre de aquel partido en Jacksonville, los Patriots derrotaron a los Eagles 24-21.
El cuarto hijo
El dolor de esa caída fue una anécdota comparado con lo que vendría: la mañana del 5 de agosto del 2012, camino a la práctica de Filadelfia, dentro de su vehículo recibió una llamada de la Policía: su hijo Garret había sido hallado muerto en su cuarto de la Universidad de Lehigh, donde laboraba como acondicionador físico de las Eagles. La causa: sobredosis de heroína, contra la que el chico luchó ocho años, incluido un periodo de cárcel junto a su hermano Britt (uno de los tres varones de Andy, además de dos mujeres) por tráfico de estupefacientes.
Con la carga del fallecimiento, drama indescriptible que padeció con su esposa desde hace 42 años, Tammy, a los tres días Andy regresó a los entrenamientos. E inició otro camino tormentoso: los Eagles sufrieron la peor temporada bajo su mando, con un 4-12.
A cinco meses de la muerte del joven de 29 años, el 30 de diciembre de 2012 Reid fue despedido por el equipo de Pensilvania. El amanecer del 2013 todo parecía ser desolación y desgracia.
Error, estuvo solo cinco días sin trabajo. El 4 de enero de 2013 fue contratado por cinco años por los Kansas City Chiefs. Pasó sin escalas de un mundo verde con muchas tristezas a uno rojo que traería muchas alegrías. No llegaron pronto, el dueño de los Chiefs, Clark Hunt, debió ser paciente y confiar en su coach inexpresivo, apacible, observador, introspectivo, que pugnó para que su otro hijo con problemas de adicciones, Britt, fuera su asistente. Tras seis buenas temporadas pero muy frustrantes en juegos de vida o muerte, a Reid la fortuna le sonrió en abril del 2017. Los Chiefs adquirieron en el Draft a un quarterback de la Texas Tech University: Patrick Mahomes, joven extraordinario en su puesto pero que había luchado por ser beisbolista profesional como su padre del mismo nombre.
¿Tendría suficiente vocación?
Sí, y un talento superlativo. El novato dirigió la victoria en el Super Bowl LIV ante San Francisco. Al año siguiente, su equipo repetiría el partido por el título, ahora contra los Buccaneers de Tom Brady. Tres días antes del gran día en Tampa Bay, el 4 de febrero de 2021, su hijo Britt, alcoholizado, chocó contra un auto donde iba Ariel Young, niña de cinco años que resultó con un daño cerebral permanente. Los Chiefs perdieron y Britt está aún en prisión.
Adquiere sentido que en el más reciente Super Bowl ante su ex equipo, Andy festejara moderadamente, como siempre. La vida lo castiga y lo premia. Y Mahomes es un premio entre tanto infortunio. "Es una gran persona", ha declarado Reid. La vida le regaló a Patrick, un cuarto hijo deportivo.