Son muchos los que han perdido la fe en la Navidad. Otros en cambio, tratan de autoconvencerse que el mejor regalo siempre será el más caro. Qué pena por ambos. Curiosamente en tiempos donde todo gira en torno al dinero, la esencia de estas fechas nos recuerda que hay algo que jamás se podrá comprar, la ilusión. Y curiosamente, en tiempos donde los contratos de los quartebarcks se rigen por cuántos ceros de más que se pueden poner en un cheque, Brock Purdy nos deleita con que no hace falta tener ni uno para lograr tu sueño, ser el mejor de la NFL.
Hartos de leer que su historia es digna de Hollywood (que lo es), si algo representa este chaval es todo lo opuesto a esa vida llena de lujos y derroche por doquier. Nacido el 27 de diciembre de 1999 creció en Queen Creek -Arizona-, un pueblo ubicado en el condado de Maricopa al sureste del área metropolitana de Phoenix. Sus primeros pasos como quarterback los daría en Perry High School. No tardó en ser única.
En su penúltimo año de instituto contrajo mononucleosis dos semanas antes de comenzar la temporada. La 'enfermedad del beso' le hizo bajar nueve kilos en dos meses de inactividad. La mira de su brazo clínico se tambaleó y consigo, parte de su futuro. Para más inri, en su último curso, jugando al paintball con el equipo buscó refugio tras un cactus y se clavó una espina en la mano que requirió de cirugía. Tiempo lesionado, ofertas que se esfumaban. Pese a las lesiones, el diario Arizona Republic's lo nombró jugador del año en el High School y para 247Sports se convirtió un prospecto 3 estrellas.
Purdy pasó a ser objeto de deseo para varias universidades. Por regla general, las llamadas de reclutamiento duran diez minutos. Brock y Matt Campbell estuvieron hablando una hora. El entrenador de Iowa State convenció a Purdy que ese sería el sitio ideal para crecer y para allá fue. Sin duda, un sitio peculiar. En sintonía con todo lo que envuelve a Brock Purdy. Iowa es ese lugar que cuenta con 24 millones de cerdos; se celebra la Iowa State Fair -una feria rural cuyo símbolo es una vaca gigante hecha entera de mantequilla-; se creó el Atanasoff Berry Computer, el primero automático del mundo o vibran 60 mil almas cada fin de semana en el Jack Trice Stadium animando a los Cyclones.
En 2018, Brock Purdy arrancó como tercer quarterback. La lesión del titular y la ineficacia del suplente lo hizo jugar y se ganarse el puesto. Un preámbulo del destino. Cuatro años después cerró su etapa en el College con muy buenos números, pero sin llamar la atención en una escasa camada de mariscales de campo para el Draft. En la lotería pasó lo que ya conocemos todos. Se convirtió en Mr Irrelevant al ser escogido en el último pick por los San Francisco 49ers. El bendito número 262. Como la NFL te premia por ser seleccionado en dicha posición, Purdy y su familia disfrutaron de una semana a Newport Beach para ir a Disneyland o hacer surf. Ni tan mal oye.
Como si del amor más puro se tratase, aquel que nace por casualidad, el romance de los 'Niners' con Purdy dio a luz a finales del primer cuarto frente a los Dolphins. La lesión de Garoppolo supuso el tren más importante de su vida. Tomó las riendas con más de 200 yardas, dos touchdowns y la victoria. Tras ello, vencer a Tom Brady en la primera titularidad en 'Frisco' y no conocer más la derrota hasta el Championship ante los Eagles sirvieron para enganchar a cualquier aficionado a su historia.
El estar en boca de todos en el equipo que siempre está en boca de todos se resume fácilmente en una palabra: fama. Y esta en ocasiones te convierte en alguien que no eres. Purdy se opuso a ser una máquina de dinero. Nunca ha buscado los 55 millones de dólares por año de Joe Burrow o los 51 de Jalen Hurts. Hasta su suplente cobra el triple. Da igual. Él prefiere abonarse al siempre sabio "menos es más". Un lema caduco en nuestra sociedad actual. Con un sueldo de 934.000 dólares por curso, continúa compartiendo cuarto con un compañero de equipo y desplazándose en su tan querido Toyota Sequoia. Ese que le llevará a su primer MVP.
Poco importa del equipo que seas. Te sientes identificado en su relato tan humano. Sin saber el motivo y sin tan siquiera conocerlo, te alegras por todo lo bueno que le pase. Sientes que nos pertenece a todos.
Eso es la Navidad. Eso es Brock Purdy.