Después de muchas horas de estudio, consumir podcasts, devorar ránkings y comparar jugadores, acabaré jugándome el pase al Súper Bowl con Kendre Miller. El fantasy es un lugar más donde aplica aquella máxima de José José acuñada por toda la sociedad mexicana: uno no es lo que quiere, sino lo que puede ser. Jugué ocho ligas; estoy vivo en dos.
Una de ellas, la misma en la que me juego el pase prendiéndole veladoras al ciertamente intrascendente segundo running-back de los Saints, es la liga de amigos. Existen competiciones de expertos, otras donde hay dinero en juego y algunas más donde uno rebota de carambola con pura gente que no conoce; la de amigos es -siempre- la más importante. Gané su primera edición en 2021; desde entonces he caído en dos finales.
Me metí de rebote a playoffs con un récord de 7-7 que dejaba al descubierto mucha mala suerte: Brandon Aiyuk se me rompió en la segunda o tercera semana. Resolví ir en primeras rondas por Sam LaPorta, bestia inclasificable con la cual es imposible tanto confiar ciegamente como siquiera pensar en sentarla. Mi primer pick lo invertí en Breece Hall: tampoco sucedió mucho. Lo guardé cual Bitcoin dispuesto a invertirlo a cambio de Christian McCaffrey en cuanto el corredor de los 49ers recibiera el alta médica. La historia podrán intuirla: gocé a McCaffrey partido y medio; después solamente pude tirarme a llorar tras quedarme sin buque insignia.
Fue entonces que los héroes que me dieron patria alzaron la mano. El stack de Jayden Daniels y Terry McLaurin mantiene a flote a este equipo, amparados por un Brian Thomas que parece haber encontrado su versión más explosiva en semanas recientes y un Drake London que, intuyo, fue mi jugador más repetido en los diversos equipos que comandé. DeVonta Smith está en la banca, en caso de cualquier lesión. Sobre mis running-backs, valdría la pena solamente rescatar a Bucky Irving, mi muchacho, que está haciendo por mis equipos básicamente lo mismo que hace un año consiguiese Rachaad White. Si Tom Brady o Mike Evans no me convencieron en su momento de adquirir el jersey de los Buccaneers, un campeonato podría llevarme a buscar por cielo, mar y tierra el dorsal de Irving.
Voy, sin embargo, contra el equipo de mi novia. Ya me ganó dos veces en temporada regular: le pagué una cena y le debo otra. Ahora volvemos a encontrarnos en el que será el duelo más importante de nuestro historial. Ella apostó por Bijan Robinson en primera ronda y se hizo, luego, de nombres como David Montgomery, Jalen Hurts, Rashee Rice, Jayden Reed, Malik Nabers o Brock Bowers. Es muy claro determinar quién salió, en perspectiva, mejor librado del draft. Me aferro, sin embargo, a que se le haya caído Montgomery. Me aferro a la posibilidad de que Kendre Miller consiga una jugada grande, de sesenta o setenta yarditas, que me permita soñar. Me aferro al hipotético escenario donde Dan Campbell, imbuido por el frío espíritu navideño que flota por las calles de Detroit, decida regalarle más targets a Sam LaPorta. Sobreviví la semana anterior a Saquon Barkley; brindé durante todo el fin de semana por la defensa de los Steelers y funcionó. ¿Con quién debo hablar para que vuelva Arthur Smith a la coordinación ofensiva de los Falcons y limite a Bijan Robinson con Tyler Allgeier?
Voy a andar en atestados centros comerciales buscando regalos y refrescando cada diez minutos la aplicación del Fantasy. No se trata de la cena; no se trata, tampoco, de que mi novia o yo busquemos expresamente ganarle o sentirnos superiores al otro. Se trata, pienso, de ganar. Es eso, en su vertiente más extensa y, también, incomprensible. Se trata, tal vez, de sentir que confié en la gente adecuada -o, quizá, yendo un poco más allá y siendo un poco más, perdón por la palabra, esquizofrénico; que la persona resultó adecuada y capaz porque confié en ella-. Brian Thomas no pensará hoy, antes de irse a dormir, que este domingo no puede fallarle a un tipo obsesivo que nombró a su equipo en honor a su serie de televisión favorita. Pero el espíritu del Fantasy es ése: es un juego. El juego pertenece a los niños. Somos un poco niños en esta época, y al jugar lo somos aún más. Como buenos niños, buscamos nuestros superhéroes. El mío, esta semana, se llama Kendre Miller.