Skip to main content

Mundo NFL | Sitio oficial de la NFL en español

El día que Paul McCartney se convirtió en el apagafuegos de la NFL

El siempre mordaz Jon Pareles, crítico musical del New York Times, reparó en su momento sobre la contradicción que suponía que Paul McCartney, emblema de la contracultura del siglo XX, haya sido utilizado para redimir el show del medio tiempo durante el Super Bowl de 2005 tras el sonado incidente que marcó la carrera de Janet Jackson un año antes.

"Es justo lo que ningún músico de rock sueña: la garantía de que será inofensivo", ironizaba Pareles en su habitual editorial sobre el hecho de que McCartney simbolizaba, de alguna manera, una apuesta segura para evitar algún incendio durante el entretiempo del partido disputado entre los Patriots y los Eagles, con el ALLTEL Stadium de Jacksonville como escenario.

Aquel atardecer, como preludio al tercer título de Super Bowl en cuatro años para los Patriots, Sir Paul incluyó en su repertorio himnos incontestables de The Beatles como "Drive My Car" y "Get Back"; un clásico de Wings —el proyecto que formó a un año de la separación de los Fab Four—, "Live and Let Die"; y "Hey Jude", también de los Beatles, canción que McCartney concibió para aliviar el dolor de Jules, el hijo de John Lennon, tras la traumática separación de sus padres.

Paul McCartney at halftime inside of Alltel Stadium during an NFL Super Bowl XXXIX game New England Patriots against the Philadelphia Eagles on Sunday, Feb. 6, 2005, in Jacksonville, Fla. The Patriots defeated the Eagles 24-21. (Kevin Reece via AP)

Tomando como referencia la letra de "Get Back", que incluye la idea de fumar hierba en California y aborda veladamente la transexualidad, Pareles advirtió todas esas alusiones que debieron ser censurables en su día y tiempo después, irónicamente, funcionaron como ensamble de una puesta en escena familiar que permitió al show fluir sin contratiempos.

Pensé en ello luego de ver por segunda vez al legendario bajista de los Beatles en la ciudad de México, en un Estadio GNP abarrotado, que se desarmaba con "Blackbird", que coreaba al unísono "Love Me Do" y que se fundía en un abrazo colectivo con "Let It Be". Estando ahí, en una atmósfera que irradiaba la típica festividad nostálgica de las cosas que realmente importan, me animé a concluir que la utopía del mejor mundo posible era un concierto de Paul McCartney; aspecto que, según la perspectiva, puede ser un elogio o un insulto para un músico que emergió del rock en su vertiente de movimiento contestatario.

Todo esto, me parece, va en consecuencia con la falsa idea en torno al lugar que ocupa McCartney como el "Beatle melódico" y no tanto el "Beatle intelectual", cuando fue él, antes que Lennon, quien se introdujo a los círculos artísticos de vanguardia. Para muestra, el concepto creativo del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, el disco más experimental de la banda de Liverpool.

Mitos aparte, lo cierto es que tanto el McCartney de 62 años que vimos en 2005 amenizar el show de medio tiempo en Jacksonville, como el de la gira mundial de 2024, con 82 años sobre la espalda, demostraron ser capaces de transmitir las dos cosas que solo una leyenda de su dimensión puede transmitir: gloria y grandeza.