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La sucesión de una leyenda

Treinta y dos años después de la muerte de Jim Morrison, Ray Manzarek y Robby Krieger, piedras fundacionales de The Doors, se embarcaron en nuevo proyecto que prometía recuperar el legado de la mítica banda californiana: The Doors Of The 21st Century. Para suplir al Rey Lagarto, la agrupación eligió al británico Ian Astbury, entonces frontman de The Cult. Como cabría esperar, los fundamentalistas de la banda se manifestaron en contra del experimento y boicotearon buena parte de las giras del proyecto por todo el mundo. Tiempo después, cuando le preguntaron sobre aquella experiencia, Atsbury dijo: «No hubo ningún cantante americano que diera un paso al frente y dijera, 'Quiero hacer esto. Soy un artista americano, exijo hacer esto'. Ni Eddie Vedder, ni Dave Grohl, ni Trent Reznor, ni Perry Farrell. Ninguno de ellos dio un paso al frente y luchó por ello. Ni Scott Weiland. Cuando (The Doors Of The 21st Century) necesitaba que esa generación les rodeara y apoyara, el armario estaba vacío. Todo el mundo esperaba que llamaran a su puerta. Pero yo honré el legado, puse mi alma, y me perdí dentro de ello». No hay que ser un genio para deducir que Astbury era el primero en saber que encarar a Jim Morrison iba a ser una aventura de la que no sería sencillo salir indemne, especialmente tras la interpretación de Val Kilmer en el controvertido biopic de Oliver Stone. 

En Nueva Inglaterra, con la dolorosa partida de Tom Brady, a su modo, la sucesión al trono también dejó víctimas y efectos colaterales. Obviando aquel año de 2008, en el que Brady se rompió los ligamentos de la rodilla izquierda en la Semana 1 frente a los Chiefs y Matt Cassel llevó a ganar al equipo once partidos como operador emergente de la ofensiva, el primer esbozo más o menos serio de los Patriots por buscarle un reemplazo a su quarterback franquicia fue en 2012, con la selección de Ryan Mallett, proveniente de Arkansas, en la tercera ronda del draft. Para algunos, Mallett era un talento de primera ronda, pero las franquicias no pasaron por alto sus problemas de actitud. Entre ellas los Carolina Panthers, a quienes dejó plantados en una reunión previa al sorteo. Como sabemos, Brady jamás dio señales de decadencia. De hecho, desde que tomó el puesto como titular en 2001 sólo se perdió 19 partidos, incluidos los 15 restantes de 2008. Por ello, Mallett, contrario al conciliador Brian Hoyer, nunca estuvo del todo cómodo con el rol perenne de suplente.

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Como sucede con casi todos los jugadores que pasan algún tiempo bajo las órdenes de Bill Belichick, Mallett tuvo opciones de mercado y terminó recalando en los Houston Texans, para pelear por una oportunidad real de convertirse en el primero en jerarquía dentro del depth chart. Su paso por Houston fue más recordado por haber perdido un vuelo al sur de la Florida y una práctica por haberse quedado dormido que por su capacidad de montar una ofensiva.

Para el 2014, los Patriots tenían planes genuinos de trabajar con Jimmy Garoppolo como proyecto a largo plazo. Jimmy G, seleccionado en la segunda ronda, venía precedido de una fama construida por haber roto varias marcas impuestas por Tony Romo en Eastern Illinois,  posteriormente reforzada a través de una convincente actuación como pieza emergente tras el escándalo del Deflategate. Para mala fortuna de Garoppolo, quien ya comenzaba a fantasear con la posibilidad de recibir un contrato a la altura de un quarterback titular, Brady lideró la NFL en yardas por pase a sus 40 años. Fue entonces cuando Garoppolo decidió marcharse a San Francisco sin mirar atrás. En el camino, también Jacoby Brissett, seleccionado por Nueva Inglaterra en la tercera ronda del draft de 2016 y hoy suplente en Miami, tuvo alguna oportunidad de abrir un par de juegos como titular, aunque nunca fue realmente idealizado como un potencial titular de todos los días. 

La verdadera sucesión llegó de manera inesperada, paradójicamente, cuando tras varios reportes de una relación fragmentada con Bill Belichick, Tom Brady oficializó su partida de la franquicia con la que compiló seis títulos de Super Bowl, nueve campeonatos de la AFC y 249 victorias en veinte temporadas como profesional. Pese a los roces del staff con su entrenador personal Alex Guerrero y la reticencia de la franquicia por blindarlo con un contrato más largo y lucrativo, nadie era capaz de apostar por una marcha definitiva. Cuando se dio el anuncio de su salida a Tampa Bay, los Patriots tuvieron que afrontar una suerte de refundación como franquicia.

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Ese año de 2020 fue cuando, en términos tangibles, comenzó la verdadera era sucesoria. La llegada de un decadente Cam Newton y el regreso del veterano Brian Hoyer le permitieron al equipo afrontar la temporada con cierta dignidad. Incluso Jarrett Stidham, seleccionado desde Auburn en la cuarta ronda del draft de 2019, vio algunos snaps cuando Newton se contagió de Covid-19. En realidad, la primera temporada sin Brady fue un mero ejercicio de supervivencia para Nueva Inglaterra, que, pese a todo, se quedó a un partido de evitar su primera temporada perdedora en dos décadas. 

Prestos a encarar una temporada baja menos turbulenta, con la consigna de buscarse la vida en el draft para conseguir un quarterback, los Patriots tomaron el camino de Mac Jones en la primera ronda. Surgido del fértil programa de Alabama, con la herencia de Nick Saban —un viejo colega de Bill Belichick—, Jones tenía aspiraciones legítimas para asaltar el puesto como titular desde su primer año. El otrora modelo infantil de televisión compartía algunos rasgos con Tom Brady que le podían permitir establecerse con éxito en la liga. Además, venía de firmar una monstruosa temporada con Alabama, a la altura de la que un año antes le había dado a Joe Burrow de manera incontrovertible el trofeo Heisman. Eso sí, bajo un sistema profundamente vertical que, ni por asomo, le podían ofrecer en Nueva Inglaterra.

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Ante un pestañeó y el desdén de Newton respecto a las vacunas, Mac Jones se convirtió en el titular desde la Semana 1. Haciendo un balance de su primera temporada, quedan varias cosas positivas: presumió un IQ por encima de promedio, confirmó su brutal juego de pies, demostró que su mecánica de pase no tiene fisuras, se erigió como un pasador capaz de establecer ofensivas con muchísimo ritmo y mostró una gran lectura de la defensiva que le permitió ejecutar bajo presión. Por otro lado, la escasa tensión en sus envíos volvió a manifestarse como un claro déficit competitivo, especialmente en un sistema que, por ahora, tiende a ser excesivamente compacto. Tampoco podemos olvidarnos de que Jones ha cargado con un cuerpo de receptores que tiene un margen de mejora altísimo, circunstancia que puede cambiar radicalmente con la llegada de DeVante Parker. En términos generales, su primer año fue irreprochable. Se quedó a nada de romper el récord de porcentaje de pases completos para un novato en la historia de la liga, superó la marca de pases de anotación de Jim Plunkett para un quarterback de primer año con los Patriots y llevó a la franquicia a ganar 10 partidos en su regreso a la postemporada.

Si al vocalista británico Ian Astbury se le reprochó en su día su mesianismo y teatralidad morrisoniana durante la gira de The Doors of the 21st Century, a Mac Jones la afición de Nueva Inglaterra lo encumbró como nuevo ídolo por razones radicalmente distintas: nunca abrazó el fantasma de Tom Brady. El secreto, según parece, radicó en evocar lo menos posible a la leyenda.