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Nacidos para jugar: Yayo Rocha, la historia de un underdog

Yayo Rocha fue un converso del futbol americano a los 11 años. Su padre y su hermano se lo habían inculcado, pero comenzó a jugar flag con las reservas de quien no sabe que está ante algo que le va a cambiar la vida. No olvida su primer golpe equipado, como tampoco olvida su vertiginosa transición a quarterback, la posición más exigente del juego.

La infrecuente profesión de su padre, políglota, provocó que dejará, junto a toda su familia, la zona de Ojo de Agua, en el Estado de México, para instalarse en Cancún, bajo el aparente sosiego del mar Caribe.

En una de esas tardes de rutina para alguien que ha hecho de la playa su lugar seguro, Yayo, días antes de firmar su beca deportiva con los Leones de Anáhuac y disputar su primera final como coach de Flag —rol que adoptó como una manera de interesarse por el futbol americano desde una perspectiva más analítica—, intentó desafiar una ola, pero el sargazo acumulado le impidió ver un montículo que se había formado. Se rompió el cuello y, de no ser por su tenacidad e instinto de supervivencia, se habría quedado sin poder respirar, hablar y moverse por su propia cuenta. En un drive de último cuarto, venció el fatal diagnóstico de la ciencia y los doctores.

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Durante el proceso, antes de volver una noche al hospital, me despedí de mi hermano. Le pedí perdón por rendirme y le dije que me dedicara todos sus juegos. Esa misma noche fue cuando escuché por primera vez que me iba a morir. Fue entonces cuando me cambió el chip y dije: lo quiero intentar. No es que tuviera miedo a morirme, sino que no quería que la gente se quedara con la idea de que me había rendido. Empecé a hacer terapia respiratoria, recuperé mi voz, cuando las cuerdas vocales ya no servían, me quitaron la traqueostomía, empece a mover los brazos, recuperé el bicep, la muñeca, el cuello, la mitad del tronco. Y volví a entrenar en silla de ruedas. Yayo Rocha

La tetraplejía no ha sido impedimento para que, en paralelo a su faceta como coach, se haya convertido en analista para varios medios especializados. Se identifica, por razones evidentes, con los underdogs, siente un gran respeto por mentes como la de Bill Belichick y adoptó como lema de vida la frase insignia de Mike Leach: Swing your sword.

Entre rendirse y continuar, se aferró a sus dos botes salvavidas: el cobijo de su familia y la tensión de la línea de la banda.