Cuando Tom Brady volvió del retiro en marzo de 2022, cuarenta días después de haberse despedido por primera vez, me acordé de Bob Dylan y una de las canciones incluidas en su mítico álbum Desire: "One More Cup Of Coffee", en la que inmortalizó los siguientes versos: One more cup of coffee for the road. / One more cup of coffee for I go, / To the valley below.
En efecto, a la luz de los acontecimientos, el incombustible Brady necesitaba una última taza de café para perderse en la eternidad. Después de haber firmado la primera temporada con récord negativo en toda su carrera y haber caído sin oponer resistencia ante los Cowboys en la ronda de wild card, TB12 asumió, a sus 45 años, que su vida no podía seguir ligada al deporte profesional.
Este texto, en realidad, no pretende ser una bitácora sobre las incontables hazañas, récords y títulos conquistados por el siete veces campeón de Super Bowl a lo largo de sus 23 años en la NFL, sino más bien una modesta reverencia para el niño de San Mateo que idolatraba a Joe Montana y Steve Young y que logró cumplir el sueño de cualquier niño nativo de la bahía de San Francisco durante la década de los ochenta y la primera mitad de los noventa: ser quarterback en la NFL.
Creo que siempre me consideré un niño de California; crecí obviamente amando a Joe Montana y a Steve Young en cada ida a los juegos de los 49ers, había tantos buenos jugadores en ese equipo, por eso me enamoré del futbol americano.
El hecho de que haya sido suplente de Brian Griese y haya compatibilizado snaps con Drew Henson en la Universidad de Michigan bajo la gestión de Lloyd Carr, que seis quarterbacks (Chad Pennington, Giovanni Carmazzi, Chris Redman, Tee Martin, Marc Bulger y Spergon Wynn) hayan sido seleccionados antes que él en el draft del 2000, que los 49ers lo hayan ignorado olímpicamente en ese mismo sorteo y que inicialmente haya sido idealizado por Bill Belichick como una póliza de seguro para Drew Bledsoe en New England, dota su periplo de un cariz todavía más mitológico.
Si me preguntan, a mí lo que más conmueve en torno al retiro de Brady es la idea de que alguien que ha pasado la mayor parte de sus días levantándose de la cama con un firme propósito, afronte su primera mañana en el exilio. Pienso en la cinta The Rider, de la realizadora de origen chino Cloe Zhao, donde repara en la historia de un campeón de rodeo que sufre una caída que le imposibilita seguir compitiendo. Incapaz de encontrarle un nuevo sentido a la vida, deja una frase que condensa todo este sentimiento: "Todos tenemos un propósito en la vida: el de los caballos, correr por las praderas; el de los vaqueros, montar". Pero hay de propósitos a propósitos: montar caballos en las praderas de las Dakotas se parece mucho más a ser quarterback en la NFL que dominar con puño de hierro una liga que transpira competitividad durante más de dos décadas.
A su retiro, la leyenda de Tom Brady pasará a formar parte del patrimonio inmaterial del futbol americano, pero no deja de ser una pena que nos hayamos quedado, oficialmente, sin el Clint Eastwood de la NFL. Nos preparó durante todo un año para asimilar mejor el revés, pero el efecto siguió siendo el mismo. Esa clase de cosas ocurren cuando en la vida de una persona se agita el peor de los sentimientos: la nostalgia.