Ahora que los Athletics se despidieron oficialmente del Coliseo, pensaba en la enésima decepción con la que tendrá que cargar la gente de Oakland, la orilla crepuscular de la bahía de San Francisco.
En el último lustro, Warriors (NBA), Raiders (NFL) y Athletics (MLB) han decidido cambiar de sede sus respectivas franquicias con motivaciones estrictamente comerciales y económicas. Mientras el proyecto comandado por el ya legendario Steph Curry se mudó sin pudor alguno al otro lado de la bahía para conectar con la parte más glamurosa y cosmopolita de la Costa Oeste, Raiders y Athletics eligieron Las Vegas, una burbuja impersonal, como su nueva casa.
No hay que olvidar que en clave NFL, la mancillada ciudad de Oakland fue un mercado con un gran impacto en términos sociales, culturales y deportivos. La revolución que gestó Al Davis como propietario —con todo y el paso en falso que significó la mudanza intermedia a Los Angeles—, involucrando y empoderando a minorías eternamente desplazadas, marcó un antes y un después en la historia de la liga. Una imagen consecuente con lo que siempre ha sido Oakland como ciudad: diversa culturalmente, combativa socialmente, activa políticamente y decididamente progresista.
En ese aspecto es en donde creo que los propietarios de NFL y el deporte en general deberían poner más atención: ¿qué tanto dicen las franquicias sobre las ciudades que representan? ¿Qué tan fiables son las franquicias como termómetros sociales y culturales? ¿Qué tanto son extrapolables los valores de una ciudad con los de una franquicia? ¿Cómo las franquicias se convierten en guardianes colosos de esos valores comunitarios?
Esta idea, que pueda destilar un romanticismo de otro tiempo, me parece fundamental para entender la responsabilidad que tenemos todos a la hora de transmitir las historias y salvaguardar la memoria que hacen de esas plazas lugares únicos e intransferibles. Cada mudanza de franquicia supone una derrota en términos morales y sentimentales que, en muchísimos casos, es irreversible.
Pienso mucho en la película The Deer Hunter, de Michael Cimino, y en la manera en que los tres protagonistas se vinculan, irremediablemente, con los equipos de su estado. Robert de Niro, Christopher Walken y John Savage interpretan a tres obreros siderúrgicos que trabajan en el poblado de Clairton, en Pensilvania, no muy lejos de Pittsburgh. Antes de que su vida sea salvajemente transformada por su experiencia en la guerra de Vietnam, un Steelers-Eagles era una cuestión verdaderamente importante para ellos por el simple hecho de ser quienes eran y de haber nacido donde nacieron.