El jazz te retrotrae hacia esa pasión, cultura y sobre todo, historia. Sus calles, su gente y su música son el alma de una urbe que ha dado al mundo uno de los géneros musicales más influyentes de todos los tiempos. Pero esa melodía que inunda la Bourbon Street, así como los rincones más icónicos de la ciudad parece haber perdido su eco en parte, por culpa de estos New Orleans Saints. Sin embargo, el destino ha querido que la melodía suene lo más alto posible el próximo 9 de febrero cuando el mítico Caesars Superdom acoja la Super Bowl LIX.
Tras la séptima derrota consecutiva, Dennis Allen no dirigirá más a la franquicia (ahora bajo el mando de Darren Rizzi), dejando así un oscuro capítulo en una historia que contrastará con la euforia de la fiesta deportiva más grande del país que vivirán pronto.
Hablar de New Orleans es hablar de jazz. Esta ciudad, gracias a su mezcla única de culturas africanas, criollas y europeas, fue el lugar perfecto para que a inicios del siglo XX surgiera este género musical. Los ritmos africanos y caribeños se mezclaron con los instrumentos europeos, creando una música que es sinónimo de libertad y expresión. Preservation Hall, ubicado en el corazón del Barrio Francés, es uno de los epicentros de este sonido tan característico, donde músicos y visitantes de todo el mundo vienen a rendir homenaje al jazz.
New Orleans no solo es conocida por su música, sino también por la resiliencia. Sin duda, la define de arriba a abajo. Desde la devastación del huracán Katrina en 2005 hasta la capacidad de reinventarse constantemente, New Orleans siempre ha encontrado su camino. Y los Saints, alguna vez, fueron un reflejo de esa resistencia. En 2010, bajo el liderazgo de Sean Payton y Drew Brees, el equipo logró lo impensable: ganar el anillo. Regalando así, un momento de orgullo a una ciudad que, tras Katrina, necesitaba algo en qué creer. Pero ahora, ese espíritu de lucha se ha desvanecido por completo.
Los Saints han entrado en una espiral de mediocridad que parece difícil de romper. Después de la salida de Brees en 2020, el equipo no ha encontrado un rumbo claro. Se despidió a Payton, se confió en Dennis Allen, pero la fórmula no ha funcionado. Con la derrota ante los Carolina Panthers, los Saints sumaron su séptima derrota consecutiva, la racha más larga desde 1999. La ciudad de New Orleans, una ciudad con una rica herencia de esfuerzo y superación, ve cómo su equipo -último lugar de la División Sur de la NFC- se hunde sin respuestas claras y, lo más preocupante, sin una visión de futuro. Las promesas de reconstrucción se han transformado en dosis de mediocridad.
En contraste con el deprimente momento que viven los Saints, New Orleans se prepara para albergar la Super Bowl LIX. Esta celebración no solo es una oportunidad de oro para la ciudad desde el punto de vista económico, sino que también representa una ocasión para que el mundo vuelva a sumergirse en el ambiente festivo y cultural de New Orleans. Algo que, sin duda, necesita la urbe. El Superdome, con capacidad para 83,000 espectadores, será el epicentro de la fiesta, y miles de visitantes llenarán sus calles y sus clubes de jazz, recordando que New Orleans es, ante todo, una ciudad vibrante.
Sin embargo, resulta irónico que mientras la ciudad acogerá el culmen de la temporada de la NFL, el equipo local esté inmerso en una de sus peores crisis en años. Los aficionados que alguna vez vieron en los Saints un motivo de orgullo ahora se sienten desencantados. La cercanía de la Super Bowl y la dolorosa realidad de la franquicia ofrecen un contraste que recuerda a un jazz en decadencia: una melodía que, pese a seguir siendo hermosa, empieza a perder su fuerza.